La sal rosada de los incas

Pocas zonas en el mundo son tan prolíficas y autosuficientes para la vida. Es decir, donde florezcan vegetales y animales, pero también aseguren la subsistencia y el desarrollo humano.

El Valle Sagrado de los Incas es uno de ellos. Donde hubo –y aún hay- espacio para el cultivo, la vida animal silvestre pero también para el florecimiento de una civilización. Formado hace millones y transformado en otros miles de años de actividad humana, ahora todavía dan vida a productos que hoy alimentan al mundo. Aquí se cultiva papa, camote, olluco, mashua, maíz, ají, algodón, tomate, maní, oca, quinua y muchos de los más de 80 cultivos que los Incas legaron a la humanidad.

Este lugar ha sido fructífero para el ingenio humano; porque, para producir tal cantidad de alimentos, los hombres que poblaron estas tierras tuvieron que domar las accidentadas montañas andinas. Crearon espacios en forma de terrazas que fueron empleadas para el cultivo común y la experimentación. Así, los Incas, lograron domesticar animales y plantas, y mantener su paso en el progreso científico y técnico.

Moray es una de las impresionantes muestras de este progreso. Sus andenes circulares que sirvieron de laboratorio agrícola, están formados por terraplenes que se hunden en el suelo, con ambientes temperados que varían en 15 grados, desde el más alto hasta el más bajo.

En este valle también está Pisac, que expone sus andenes en la cima de la montaña que, a lo lejos, se ven como pequeños escalones que se pierden en el cielo. Sin embargo, cuando te acercas lo suficiente, puedes observar la monumental obra de terrazas perfectamente delineadas, irrigadas y aplanadas. Una proeza para el cultivo y el desarrollo agrícola.

En muchas zonas de los alrededores hay fuentes de agua fresca y cristalina que, con su eterno fluir, aseguran los cultivos y la vida animal. Una de ellas es Tambomachay, una fuente construida con piedra que canaliza el agua y lo dispone para el consumo humano.

 

Aún hay más: la sal rosada de los incas

Atrapado bajo millones de toneladas de rocas hay un océano salado que pugna por salir, pero la naturaleza aún le priva de libertad, apaga su grito y sólo deja escapar algunos vestigios de su existencia en forma de afloraciones salinas.

Maras es un pueblo que está ubicado en la provincia de Urubamba, departamento de Cusco, a 3,300 m.s.n.m. , en una zona en la que, hace miles de años, fue una gran meseta. En esta zona, desde hace más de 250 millones de años, se produce sal naturalmente.

Las conocidas como las salineras de Maras, están constituidas por cerca de 3,000 pozos pequeños, cada uno con un área promedio de unos 5 m²; estos se han formado por residuos de evaporaciones enriquecidas con minerales y rayos del sol. Estas minas de sal también fueron utilizadas por los incas. Actualmente, los pozos son explotados por una comunidad conformada por habitantes de la zona que ya llevan en dicha labor muchas generaciones: los pozos se heredan.

Su característico color rosado le dan los elementos que lo componen. Químicamente está compuesto por sodio, calcio, magnesio, hierro, potasio, cloruro de sodio y sulfatos. Es decir, contiene gran cantidad de minerales y es bajo en cloruro de sodio, el mineral que, consumido en exceso, genera problemas de salud como el incremento de la presión arterial, la retención de líquidos en el cuerpo, obstrucciones y la aparición de cálculos renales, entre otros. Es por esto, que los especialistas recomiendan el consumo de la sal rosada porque ayuda a equilibrar los minerales en el organismo y favorece el flujo energético y los impulsos neuronales.

En la comida, está siendo utilizada por la cocina gourmet. Los chef más notables del mundo la han tomado puesto que, a sus propiedades químicas que favorecen la salud, se suma la característica de no ser tan salada como la sal común y, además, atrae por su color rosa, aunque no tanto por su precio.

Esta sal también se usa en la industria agropecuaria para alimentar animales y la medicina tradicional donde suele emplearse para baños relajantes o que ayudan al cuerpo a la absorción de minerales.

Así, la sal rosada de Maras es una fuente de ingresos y subsistencia para la comunidad que explota los pozos, una oportunidad de alimentación saludable, equilibrio y energía para el organismo humano, un toque de sabor para cocineros, un misterio para los curiosos y un motivo para seguir investigando para los hombres de ciencia.